Luego de probar si la lapicera funcionaba correctamente, sintió ganas de volver al papel. Escribir en computadora era más fácil y rápido, pero prefería indudablemente la hoja y la birome. Era inclusive hasta más íntimo. Disfrutaba viendo como sus dedos bailaban al compás de las palabras que nacían de ellos. Podía tachar y escribir arriba, y no había tecnología de por medio. Era otra cosa, en ese sentido podía ser anticuada. Además algún día esos escritos podían llegar a las manos de él… Quizás.
Habían pasado sólo unos minutos desde la última charla, breve como siempre, pero no hacía falta más. No estaba en el tiempo la calidad de la conversación, más bien en qué se decían y cómo. Y obvio, era inevitable: él tenía las palabras justas, pocas pero precisas. Daba en la tecla siempre. Lograba que ella se estremeciera de pies a cabeza cuando él le hablaba.
En cambio, ella era muy verborrágica y le costaba mucho callarse la boca y negar lo que sentía. En el fondo no tenía sentido negar absolutamente nada, es más, sentía ganas de gritarle al mundo lo que su corazón sabía hacía ya un tiempo.
A veces creía que era mejor guardarse ciertas cosas, pero iba en contra de sus principios.
Además, las mariposas se volvían molestas y reclamaban constantemente la presencia de su dueño. El único momento donde se calmaban un poco era por la noche. Y sólo a veces, porque no niego que le era difícil dormir sola. Sentía la imperiosa necesidad de abrazarlo, de tocar su piel, sentir su perfume, poder subir y bajar con los dedos por su espalda, sentirse libre de hacer lo que quisiera.
Porque al fin y al cabo, estando juntos podían ser ellos mismos, sin limitaciones de ningún tipo. Libertad 100%.
He aquí el problema en todo esto. Los suspiros que él le provocaba eran infinitos. Faltaban poco más de 10 días para volver a verlo y… esos suspiros aumentaban su frecuencia cada día un poco más. Encima de todo, sabía que pasaría lo de siempre. Los kilómetros se acortarían pero el viaje se haría cada segundo más largo hasta llegar a destino. Aunque el único destino, de suma importancia para ella, era poder llegar a su corazón. Y si era posible, conocer al fin esas mariposas que habitaban su interior.
Habían pasado sólo unos minutos desde la última charla, breve como siempre, pero no hacía falta más. No estaba en el tiempo la calidad de la conversación, más bien en qué se decían y cómo. Y obvio, era inevitable: él tenía las palabras justas, pocas pero precisas. Daba en la tecla siempre. Lograba que ella se estremeciera de pies a cabeza cuando él le hablaba.
En cambio, ella era muy verborrágica y le costaba mucho callarse la boca y negar lo que sentía. En el fondo no tenía sentido negar absolutamente nada, es más, sentía ganas de gritarle al mundo lo que su corazón sabía hacía ya un tiempo.
A veces creía que era mejor guardarse ciertas cosas, pero iba en contra de sus principios.
Además, las mariposas se volvían molestas y reclamaban constantemente la presencia de su dueño. El único momento donde se calmaban un poco era por la noche. Y sólo a veces, porque no niego que le era difícil dormir sola. Sentía la imperiosa necesidad de abrazarlo, de tocar su piel, sentir su perfume, poder subir y bajar con los dedos por su espalda, sentirse libre de hacer lo que quisiera.
Porque al fin y al cabo, estando juntos podían ser ellos mismos, sin limitaciones de ningún tipo. Libertad 100%.
He aquí el problema en todo esto. Los suspiros que él le provocaba eran infinitos. Faltaban poco más de 10 días para volver a verlo y… esos suspiros aumentaban su frecuencia cada día un poco más. Encima de todo, sabía que pasaría lo de siempre. Los kilómetros se acortarían pero el viaje se haría cada segundo más largo hasta llegar a destino. Aunque el único destino, de suma importancia para ella, era poder llegar a su corazón. Y si era posible, conocer al fin esas mariposas que habitaban su interior.
exelente, simplemente eso...
ResponderEliminarGraacias... me puse colorada :)
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