Y con un dibujo del Indio detrás del papel borrador, decidió confesar. Con el único testigo a la vuelta de la hoja quiso expresar todo lo que sentía. Desnudaría una vez más su alma y sus miedos, que a esa altura no eran pocos.
Estaba angustiada hacía ya unos días y sabía que era por haber cruzado esa línea que dividía su cabeza del corazón.
Se lo habían advertido, pero no hizo caso. De hecho sabía que ésta vez era demasiado tarde para no sufrir.
Si era algo así como un juego, le parecía bastante macabro, además, se había dejado ganar, o había perdido casi a propósito.
A pesar de eso, sintió que ya había ganado algo muy importante: poder sentir amor nuevamente. Correspondido o no, lugar y tiempo incompatibles, fuese como fuese ya era tarde para dar marcha atrás. Y ese era uno de los motivos por los cuales ella había decidido no mostrarle “ése” escrito, sino hasta más adelante (aunque a decir verdad, dudó porque su ansiedad era enorme).
Era un vacío que ni 90 hombres perfectos podían llenar, por el simple hecho de que ninguno le llegaría ni a los talones.
Podía pasar momentos alegres (escuetos) con muchos, pero aún así no había nada ni nadie que pudiese llenar ese agujero negro, ese vacío existencial que tenía en su pecho.
Esa paz que le provocaba hablar y estar con él, no podía conseguirla en ningún otro lado, y ahora estaba en peligro de extinción.
Loca ella, loco él, todos dementes insanos en éste juego que se hace llamar vida, destino, amor, o como sea.
Estaba angustiada hacía ya unos días y sabía que era por haber cruzado esa línea que dividía su cabeza del corazón.
Se lo habían advertido, pero no hizo caso. De hecho sabía que ésta vez era demasiado tarde para no sufrir.
Si era algo así como un juego, le parecía bastante macabro, además, se había dejado ganar, o había perdido casi a propósito.
A pesar de eso, sintió que ya había ganado algo muy importante: poder sentir amor nuevamente. Correspondido o no, lugar y tiempo incompatibles, fuese como fuese ya era tarde para dar marcha atrás. Y ese era uno de los motivos por los cuales ella había decidido no mostrarle “ése” escrito, sino hasta más adelante (aunque a decir verdad, dudó porque su ansiedad era enorme).
Era un vacío que ni 90 hombres perfectos podían llenar, por el simple hecho de que ninguno le llegaría ni a los talones.
Podía pasar momentos alegres (escuetos) con muchos, pero aún así no había nada ni nadie que pudiese llenar ese agujero negro, ese vacío existencial que tenía en su pecho.
Esa paz que le provocaba hablar y estar con él, no podía conseguirla en ningún otro lado, y ahora estaba en peligro de extinción.
Loca ella, loco él, todos dementes insanos en éste juego que se hace llamar vida, destino, amor, o como sea.
Las reglas ya no son claras, al menos no para mi corazón...
No hay comentarios:
Publicar un comentario