Sus lenguas y sus bocas eran un todo. Se complementaban tan bien que todo era perfecto.
Y si la perfección existe sólo como idea humana, él era lo más cerca que se podía estar de alcanzarla.
Y no sólo la había alcanzado, sino que la había superado a niveles extraordinarios.
Lo mejor, era que ella podía ser partícipe de esa perfección.
Cada vez que lo contemplaba quedaba maravillada con él.
Su cuerpo, su espalda, sus subidas y bajadas, todo, absolutamente todo, era hermoso.
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