Años más tarde, luego del análisis fallido a Ida Bauer, o mejor dicho, “Dora”, Sigmund Freud se comunica conmigo y me pide que vaya al consultorio. Sin pedir más explicaciones, me dirijo hacia la clínica privada que fundó juntó a su esposa, Martha Bernays. Un nuevo caso nos espera, a mí como observador, y a Freud como especialista. Cuando leyó el relato del caso “Dora”, quedó muy satisfecho. Es por eso que requirió mi presencia nuevamente. Le gustaba que al finalizar las sesiones, su esposa nos trajera café y habláramos sobre lo ocurrido.
Repetimos el procedimiento, me quedo en la habitación continua escuchando y tomando nota. Este nuevo paciente se llama Ernst Lanzer.
Se presenta en la consulta, afirmando que en los últimos cuatro años ha estado padeciendo miedos injustificados respecto a su madre. Además de impulsos suicidas y supersticiones varias. El doctor, permitió que él siguiese hablando sobre lo que le pasaba, sin interrumpir. El paciente, se entregó a la asociación libre, y comenzó a evocar, espontáneamente, recuerdos sexuales que databan de sus 6 años. Su madre estaba muerta, al igual que su padre.
Algo que captó mi atención y me dejó atónita, fue la siguiente frase: “Siento un gusto particular por los funerales y los rituales de muerte. Además, a veces experimento la tentación del suicidio. Quiero cortarme la garganta, o mejor aún… ahogarme”. El desencadenante de la crisis obsesiva del paciente tuvo lugar mientras hacía el servicio militar. Atentamente escuché la historia. Uno de sus superiores, de tendencias sádicas, le describió un modo de tortura, en el que se adaptaba a las nalgas de una persona un recipiente, y se metían en él unas cuantas ratas.
Al resultarle insoportable describir los detalles del suplicio, se levantó rápidamente del diván y le suplicó a Freud que le ahorrara esa tarea. Con firmeza, el psicólogo lo obligó a continuar el relato.
Luego de introducir las ratas, siguió Lanzer, excitadas con una varilla, las ratas penetraban por el recto, infligiéndole heridas sangrientas. Al cabo de una media hora, moría asfixiada, al mismo tiempo que el hombre.
Freud comprendió entonces, el por qué de que el paciente, haya tenido la idea de que ese tormento, les fuese aplicado a su novia y a su padre.
Al finalizar esa sesión, café mediante, el padre del psicoanálisis, me comenta que al momento del relato, pudo observar en el rostro del paciente, una expresión compleja y bizarra. Expresión que no podría traducir de otro modo, que como el horror de un goce, que él mismo ignora.
A lo largo de varios meses, presencié, no físicamente, las sesiones con Ernst Lanzer. Al finalizar cada reunión con su paciente, Martha nos traía un café y Freud me contaba todo lo que había ocurrido con detalles.La palabra Ratten (ratas) está asociada a Raten, plazos o dinero, es decir, la herencia que obtendría de su padre cuando este muriera, dinero que le permitiría sellar su compromiso con su novia. “Está claro que el padre aparece como un obstáculo para su vida amorosa y de ahí la fantasía sádica”, comenta Freud.
Casi al final del tratamiento, me reúno con el psicólogo, y me explica que Ernst, a los 27 años, sufría una grave neurosis obsesiva. El tratamiento duró aproximadamente nueve meses, entre octubre de 1907 y julio de 1908.
El psicólogo vienés nombró a este caso, el caso de “El hombre de las ratas”, debido a lo expuesto.
El obsesivo suele ser lo suficientemente inteligente como para desechar todas las supersticiones populares, pero vive preso de sus propias reglas absurdas. Asimismo la dualidad amor-odio en que se debate, suele tener como consecuencia la parálisis de la voluntad, así que suelen ser personas que retrasan dar solución a sus problemas y fantasean con la muerte propia o de otros para no tener que hacerles frente. El combate amor-odio en que viven, los conduce por lo general, a una disociación de la personalidad. Así, por un lado, bondadoso, alegre, reflexivo e inteligente, y por otro, sádico, perverso y violento. En medio, tristemente sometido a constantes rituales absurdos para ahuyentar la culpa.
Freud, actuó verdaderamente como un terapeuta deseoso de hacer que el paciente confesara sus tormentos, dispuesto a tranquilizarlo asegurándole que él mismo no tenía ninguna inclinación a la crueldad.
Mediante esta técnica de la confesión, en la cual Freud ocupó para Lanzer el lugar de un padre, logró relacionar el complejo paterno y la obsesión de las ratas. Formuló la hipótesis de que, hacia los 6 años, el pequeño Ernst había cometido una fechoría de tipo sexual relacionada con la masturbación, y el padre lo habría castigado.
De esta forma doy por finalizado mis estudios sobre el caso del Hombre de las Ratas.
Repetimos el procedimiento, me quedo en la habitación continua escuchando y tomando nota. Este nuevo paciente se llama Ernst Lanzer.
Se presenta en la consulta, afirmando que en los últimos cuatro años ha estado padeciendo miedos injustificados respecto a su madre. Además de impulsos suicidas y supersticiones varias. El doctor, permitió que él siguiese hablando sobre lo que le pasaba, sin interrumpir. El paciente, se entregó a la asociación libre, y comenzó a evocar, espontáneamente, recuerdos sexuales que databan de sus 6 años. Su madre estaba muerta, al igual que su padre.
Algo que captó mi atención y me dejó atónita, fue la siguiente frase: “Siento un gusto particular por los funerales y los rituales de muerte. Además, a veces experimento la tentación del suicidio. Quiero cortarme la garganta, o mejor aún… ahogarme”. El desencadenante de la crisis obsesiva del paciente tuvo lugar mientras hacía el servicio militar. Atentamente escuché la historia. Uno de sus superiores, de tendencias sádicas, le describió un modo de tortura, en el que se adaptaba a las nalgas de una persona un recipiente, y se metían en él unas cuantas ratas.
Al resultarle insoportable describir los detalles del suplicio, se levantó rápidamente del diván y le suplicó a Freud que le ahorrara esa tarea. Con firmeza, el psicólogo lo obligó a continuar el relato.
Luego de introducir las ratas, siguió Lanzer, excitadas con una varilla, las ratas penetraban por el recto, infligiéndole heridas sangrientas. Al cabo de una media hora, moría asfixiada, al mismo tiempo que el hombre.
Freud comprendió entonces, el por qué de que el paciente, haya tenido la idea de que ese tormento, les fuese aplicado a su novia y a su padre.
Al finalizar esa sesión, café mediante, el padre del psicoanálisis, me comenta que al momento del relato, pudo observar en el rostro del paciente, una expresión compleja y bizarra. Expresión que no podría traducir de otro modo, que como el horror de un goce, que él mismo ignora.
A lo largo de varios meses, presencié, no físicamente, las sesiones con Ernst Lanzer. Al finalizar cada reunión con su paciente, Martha nos traía un café y Freud me contaba todo lo que había ocurrido con detalles.La palabra Ratten (ratas) está asociada a Raten, plazos o dinero, es decir, la herencia que obtendría de su padre cuando este muriera, dinero que le permitiría sellar su compromiso con su novia. “Está claro que el padre aparece como un obstáculo para su vida amorosa y de ahí la fantasía sádica”, comenta Freud.
Casi al final del tratamiento, me reúno con el psicólogo, y me explica que Ernst, a los 27 años, sufría una grave neurosis obsesiva. El tratamiento duró aproximadamente nueve meses, entre octubre de 1907 y julio de 1908.
El psicólogo vienés nombró a este caso, el caso de “El hombre de las ratas”, debido a lo expuesto.
El obsesivo suele ser lo suficientemente inteligente como para desechar todas las supersticiones populares, pero vive preso de sus propias reglas absurdas. Asimismo la dualidad amor-odio en que se debate, suele tener como consecuencia la parálisis de la voluntad, así que suelen ser personas que retrasan dar solución a sus problemas y fantasean con la muerte propia o de otros para no tener que hacerles frente. El combate amor-odio en que viven, los conduce por lo general, a una disociación de la personalidad. Así, por un lado, bondadoso, alegre, reflexivo e inteligente, y por otro, sádico, perverso y violento. En medio, tristemente sometido a constantes rituales absurdos para ahuyentar la culpa.
Freud, actuó verdaderamente como un terapeuta deseoso de hacer que el paciente confesara sus tormentos, dispuesto a tranquilizarlo asegurándole que él mismo no tenía ninguna inclinación a la crueldad.
Mediante esta técnica de la confesión, en la cual Freud ocupó para Lanzer el lugar de un padre, logró relacionar el complejo paterno y la obsesión de las ratas. Formuló la hipótesis de que, hacia los 6 años, el pequeño Ernst había cometido una fechoría de tipo sexual relacionada con la masturbación, y el padre lo habría castigado.
De esta forma doy por finalizado mis estudios sobre el caso del Hombre de las Ratas.
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