jueves, 22 de marzo de 2012

Sola

Esa noche sentí la necesidad de estar sola. Quería salir de casa y fumar un cigarrillo en paz. Disfrutaba pasar tiempo conmigo misma pensando de qué manera resolvería mis problemas.
Uno de los principales era trabajar en ese bufet, teniendo que soportar el machismo explícito de los hombres que atendía. Todos y cada de uno de ellos se creía diferente, especial ante mis ojos, y no notaban que eso los hacía aún más iguales y patéticos. Hombres.

Era un 20 de agosto, llovía y el frío erizaba cualquier parte del cuerpo al descubierto. Por eso antes de salir de casa tomé mi gorro preferido. Caminé sin saber muy bien hacia donde iba, el viento me empujaba y yo me limité a seguirlo. Pasé como todos los días por el muro pintado que decía "Animáte". Me paré a mirarlo. Por algún extraño motivo sabía que ese mensaje estaba dirigido a mí. Pasaron unos minutos hasta que me di cuenta que nuevamente, me había abstraído del mundo exterior en mi mente.

Seguí caminando hasta la parada del bondi y casi como si hubiese estado pactado, llegó en ese momento.
Había bastante gente (cosa que me molestaba del transporte), caminé unos pasos y me senté del lado del pasillo. A mí lado había un hombre de aspecto un tanto peculiar. Tenía la sensación de haberlo visto antes. Quizás en esta o en otra vida, no importaba, nunca se me olvidaba una cara. Aún así no le di importancia. Noté que tenía puesta una bufanda muy linda, noté también que yo tenía el cuello descubierto y me estaba dando frío.
Rocé su codo sin querer y sentí algo, no sé que fue pero lo sentí, y creo que él también porque me miró y volteó la mirada hacia abajo nuevamente.
Metí la mano en la cartera y saqué un pañuelo de seda francesa. Eran mis preferidos. Fui tan torpe que lo dejé caer sin querer, pero rápidamente mi acompañante lo levantó y me lo entregó en la mano. No pude decirle gracias, el corazón me latía fuerte, estaba nerviosa, y sólo atiné a tomar el pañuelo, colocármelo y sonrojarme.

Me sentía realmente avergonzada por ese duro episodio, así que decidí bajarme del colectivo en ese mismo momento. Al pararme, él se paró detrás de mí. Caminamos casi juntos hasta la puerta y me dijo: -Yo bajo acá.
Pensé sólo dos segundos mi respuesta e ingenuamente contesté: -Bueno está bien, pero ¿por qué me lo decís?...

Nos miramos fijamente sin decir nada. Toqué el timbre, bajé apurada y caminé rápido hacia ningún lugar. Antes de perderlo en la noche me di vuelta para mirarlo una última vez. Nunca olvido una cara…



(Idea original de N. Fanucchi)

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