¿Cuantas palabras se pueden encerrar en una persona? Muchísimas y eso la estaba enloqueciendo de a poco.
Esa noche no había podido dormir, bah, ni siquiera lo había intentado. Tenía miedo de acostarse y sentir que el frío la abrazaba una vez más, que la oscuridad que reinaba su habitación, en ese momento también reinaba su vida. Sentía ganas de hacer algo hacía rato, y supo que esa la oportunidad perfecta.
Eran las 4 de la mañana y hacía mucho frío, pero a ella no le importó. Con lágrimas en los ojos se quedó en la puerta de casa, apoyando el papel en sus rodillas y escribiendo todo lo que le pasaba, sin guardarse nada. Decidida, con los aerosoles guardados en su mochila, y la carta en su pecho para que no se mojara con el rocío de la noche, caminó cruzando la plaza. Le encantaba sentir las piedritas que resonaban bajo sus pies, nunca supo por qué pero ese sonido la reconfortaba demasiado.
Con el corazón y la carta en la mano, llegó hasta la casa de su amor. Silenciosamente apoyó la carta en la puerta y se fue.
Se fue pero recordó que tenía que dejar alguna otra marca que durara un poco más. Tomó el aerosol rojo y pintó en la calle: Te necesito mucho. Un mensaje tan simple y sincero como ese. Se le habían ocurrido más frases como: lo mejor de nuestra piel es que no nos deja huir (aunque de hecho también había graffiteado esa frase en una pared). O algo así como mi genio amor, o ladrón de mi cerebro.
Esperaba que esas palabras le abrieran los ojos, y que él pudiese comprender que errar era humano, y que ella sinceramente sentía que lo amaba.
Habían vivido tanto en tan pocos días que intentar escribir sobre algo en particular era tarea fina y casi imposible. Sólo rescataré que el amor conduce a uno a hacer las cosas más locas y atrevidas. Que ya era inevitable gritarle al mundo que lo amaba. Que por más que quisiera ocultarlo, le encantaría poder mirarlo a los ojos y decirle: Te amo.
Pero todavía lo estaba amasando.
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