Cada minuto estaba más segura de que esa vez era distinta. Ella
más tranquila, habiendo cedido algunos casilleros y habiendo aprendido a jugar el
juego de otra manera. Él seguía igual, o casi igual. Se veía más tranquilo e inclusive
más accesible. Debía haber notado el cambio en ella, y eso lo relajó un poco. Al
principio y como de costumbre había que ir despacio. El primer día no hubo beso
de parte de ella, si de él. Raro. Con el paso de los días entendió por qué no había
podido. Se sentía invasiva, no sabía siquiera si besarlo estaba permitido.
“No dudes que te quiero”, le dijo él. Pocas veces escuchaba eso, y menos veces aun
existía un abrazo. Pero cuando esas palabras eran dichas, era hermoso. Ni hablar
de sus abrazos. Perfección pura.
Él no era perfecto, ella menos. Pese a todo y todos, su conexión estaba intacta,
la piel seguía siendo única, y al menos a ella, nunca la habían hecho sentir así.
En todos los sentidos posibles.
Cuando lo tenía cerca había algo que no le permitía despegarse de él.
Imantados constantemente.
Como buen caníbal de su estilo, se lo hubiese comido crudo…
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