miércoles, 28 de diciembre de 2011

El ventanal

            Faltaba poco para que oscureciera. Las luces de la casa no funcionaban bien y necesitaban ser reparadas antes de que la luz se extinguiera del todo. Era una casa muy vieja y necesitaba constante mantenimiento. El encargado era un viejo conocido de la familia, y aprovechando su día libre, respondió el llamado de mi abuela.
            Pablo cortó la luz y la casa quedó en penumbras. Afuera, llovía torrencialmente, y sólo los relámpagos iluminaban ocasionalmente la sala. Abuela dormía en su habitación debido al efecto de los medicamentos que tomaba (auto medicación en realidad).
            Yo estaba sentada escribiendo a la luz de las velas. No veía mucho pero estaba tan inspirada que poco me importaba.
Esa noche creí que sólo éramos tres personas en la casa. Hasta hoy sigo sin comprender lo que pasó realmente, y si sucedió de verdad o sólo en mi imaginación. Si éramos tres o más. Si ese “más” era alguien o algo.
Guardo la esperanza de algún día poder descifrar que fue todo aquello.
            Estaba comenzando a darle un final a mis escritos cuando en el techo escuché un golpe, y luego pasos. Salté de la silla porque en ese mismo momento el reloj viejo de pared marcó las 8 e hizo un ruido de ultratumba. Escuché en silencio…
Pablo seguía trabajando en el baño y seguramente no había percibido nada fuera de lo normal, de lo contrario me lo habría hecho saber.
            El ventanal de la sala estaba con las cortinas corridas y se podía observar el patio. La noche no permitía apreciar detalles, salvo por los relámpagos que ya mencioné. Hubiese deseado jamás haber visto lo que vi. Parado al lado del ventanal había una especie de sombra. Creí que era sólo mi imaginación pero al cabo de unos minutos, él seguía ahí. Era un hombre viejo, bastante feo y podría jurar que con sus manos, o garras, señalaba la cerradura, como invitándome a abrirle la puerta.
Inmóviles, nos miramos a los ojos, salvo que, nunca encontré los suyos. En su lugar había dos grandes agujeros negros.
Grité al fin ¡PABLO!, y vino corriendo al instante. Le señalé la ventana, pero al igual que en las películas, “eso” ya no estaba.
Le expliqué horrorizada lo que había visto y decidió revisar el patio. Tomó una linterna, destrabó la puerta y salió.
            Me quedé sola en la oscuridad, temblando del miedo, sudando frío, no podía pensar en otra cosa que no fueran esos dos huecos en lugar de ojos.
Pablo entró empapado y sin haber visto nada extraño.
Devolvió la luz a toda la casa y para nuestro horror, una de las paredes de la sala estaba marcada con dos huellas, poco humanas, y llenas de sangre.
Corrimos a la habitación de abuela, pero fue muy tarde. Abuela ya no estaba en su cama…



Lara Osolinski.

No hay comentarios:

Publicar un comentario