miércoles, 28 de diciembre de 2011

El muelle

             Era una noche realmente calurosa. Se podía sentir la humedad en el ambiente y hasta costaba respirar. El verano no dejaba en paz a nadie.
Era una noche agobiante como cualquier otra en esa época, salvo por un detalle: iba a ser su última noche con vida.
Un barrio tranquilo, pocos postes de luz que iluminaban tenuemente las calles desiertas, pocos, muy pocos autos transitando y una casa. Una casa habitada por ella, una chica de aspecto normal, con un trabajo, una rutina, una familia. Vivía sola y eso facilitó todo lo que estaba a punto de suceder.
            Un auto estacionó frente a su hogar, tenía una ubicación bastante privilegiada ya que por la ventana podía verse su habitación con algunos detalles: un cuadro de Dalí colgaba por encima de su cama, fotos de amigos, y Lucía, claro, recostada durmiendo. No era la primera vez que él la observaba dormir. Sabía que a ella le gustaba sentir la suave brisa de verano, por eso dejaba la ventana abierta cada noche. Era un barrio tranquilo, seguro. Al menos hasta ese momento. Tenía binoculares y podía observarla detalladamente. Nada lo excitaba más que poder ver la reacción de sus víctimas al recibir la llamada.
            Podía ver como su cuerpo se movía, acompasado por la respiración, y hasta quizá soñando. No se movió ni un milímetro hasta que el llamado la despertó de golpe. Sobresaltada tomó el teléfono y dijo dormida: -Hola… ¿Quién es?
Esa voz desconocida del otro lado, le dijo que si quería volver a ver con vida a su padre, debía dirigirse hacia el muelle de la calle Mork.
            El auto frente a su casa aceleró y se perdió en la noche. Ella no supo que decir, si creerle o no. La transpiración comenzó a recorrerla y su cuerpo temblaba. Tomó el celular y llamó a su padre. Nadie contestó. Intentó una, dos, tres veces, pero todo fue en vano. Saltaba el buzón de voz constantemente. Intentó con su madre, pero lo mismo sucedió. Se vistió lo más rápido que pudo, movida por un terror interno que nunca había experimentado. Se maldecía a sí misma por haber dejado solo a su padre en esa cafetería, la noche anterior, luego de su pelea. Se arrepintió porque sabía que si algo le sucedía, era su culpa.

            Llegó al muelle, estacionó el auto y empezó a caminar. Escucho pasos detrás de ella. Quiso girar, pero el miedo no se lo permitió. Sintió una respiración agitada en la nuca, pero no tuvo tiempo de nada. Sólo de sentir como la sangre gorgoteaba de su garganta.





                                                                                                                                       




Lara Osolinski.

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