lunes, 16 de julio de 2012

Memorias de una odisea a Chillar


                Motivo por el cual decido escribir bajo estas circunstancias es porque no todos los días ni en todos los viajes sucede esto. Emprendí felizmente mi viaje al pueblo, angustiada hace días pero con la esperanza de llegar y poder aliviar mi tristeza.
El micro está roto. Km 143 de la Ruta nº3, casi llegando a Gorch. Sentí olor a quemado y predije lo que estaba por acontecer. Se escuchó la llamada del chofer a la central: -“Voy a parar en la próxima estación de servicio porque éste no va más”. Pienso que debería tener paciencia y limitarme a esperar. Si el micro está roto, al menos estamos en una estación de servicio y no en el medio de la nada, o casi.
                Somos sólo cuatro personas: una mujer de unos treinta años muy simpática, viaja a Juárez; una pareja de aproximadamente cuarenta años ambos; y yo, una piba normal de veinte.
La pareja está tomando mate, sentados como todos nosotros en la parte de arriba del micro. El chofer y su acompañante discuten abajo por un paquete de galletitas. La señora de 30 escucha música y juega con su celular.
                La ruta parece tranquila, salvo por algunos camiones que la transitan, haciendo que el micro parado al borde de ella se tambalee por la fuerza del viento que provocan.
Yo estoy tranquila, escribiendo e intentando que no salga a flote mi instinto asesino. De ser así, correría a la estación de servicio, tomaría un bidón de nafta, rosearía el micro y… no, es suficiente. Cuento hasta 349 y sigo mi relato. No sé qué tan extenso será porque tampoco sé cuándo llegará el auxilio, en su defecto otro micro que vaya para mi pueblo, o que al menos me tire en la entrada.
                Normalmente esto sucede una de cada treinta veces, y debido a mi racha de suerte, ese porcentaje es hoy. Justo hoy cuando decido viajar, cuando tengo planeada mi tarde… Además sigo con este nudo en la garganta y quién sabe cuándo podré hablar con la persona correspondiente y sacarlo. Quizás cuando llegue, con dos horas de atraso, o quizás en tres días cuando pueda volver a verlo. Porque si, la vida se ríe de mí y me da la espalda. Yo viajo para allá, y él viaja para acá, parece un chiste.
                Volviendo a mi relato, esta situación me hace acordar a una película que vi hace un tiempo, en dónde cinco extraños quedaban atrapados en un ascensor y uno de ellos era el diablo en persona. Ahora me pregunto ¿quién podría ser el diablo?
Empezaría por descartar al chofer y al acompañante, si bien las apariencias engañan, se ven realmente preocupados por este asunto del micro y con ganas de seguir viaje.
¿La pareja? Ambos terminaron de tomar mate y duermen acurrucados en los primeros asientos.
La señora de treinta se pone su abrigo y sale a tomar aire, además no me imagino a un diablo amigo de la tecnología que juegue con su celular. Parece sumamente inofensiva.
Y ahora que reflexiono, no quedan más personas, todo se reduce a… 





No hay comentarios:

Publicar un comentario