Llueve y mucho. Normalmente
la melancolía y nostalgia que me generan los domingos es casi insuperable.
Salvo hoy, claro, porque encima de ser domingo, está lloviendo. No es una
lluvia torrencial, más bien un pequeño chaparrón. Pienso en vos. Pienso en vos
y en ése último día que nos vimos. Llovía también, justo como ahora. En la cama
escuchamos como las gotas golpeaban el techo. Y después de pocos minutos paró.
O al menos eso creo porque estábamos bastante ocupados desgarrándonos
mutuamente. Tenías que levantarte temprano ese día pero yo sabía que eso no iba
a suceder.
–“Maldición, paró de llover, voy a tener que ir al trabajo”, te quejaste. Me
hubiese encantado quedarme con vos en la cama todo el día. Juro que todavía
puedo sentirte al lado mío, piel a piel, sentir tus caricias, la suavidad de tu
lengua en mi cuerpo, paseando por mis rincones, tus dientes mordiendo mis
labios.
Y por eso me ponen tristes los domingos, porque no te tengo acá. Porque los domingos,
de los 7 días de la semana, son los que más compartimos juntos desde que nos
conocemos. Y si por mi fuera te regalaría todos y cada uno de los domingos que
me quedan por el resto de mi vida.
Inclusive, te regalaría todos mis días, no sólo los domingos.
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