lunes, 18 de marzo de 2013

Corazones en guerra

No discutían seguido, pero cuando lo hacían sus flancos de Guerra quedaban derruidos, escombros por doquier, y el número de víctimas era siempre el mismo: dos. El paisaje se tornaba gris, los pájaros dejaban de cantar y el tiempo, tristemente, se detenía.
Así eran sus peleas, una Guerra entre dos potencias, en donde las palabras eran el único arma, y rendirse no era una opción. Nadie nació para perder. 
Podía durar un día, el equivalente a un año, pero siempre sucedía lo mismo, tarde o temprano sacaban sus banderas blancas y corrían al encuentro del otro.
Doloridos por sus propios golpes, se abrazaban sin decir nada, poco a poco todo iba retomando color.
Juntos se disponían a reconstruir lo derrumbado, a limpiar los escombros que sus vidas vacías, en ése momento bélico, habían dejado.
Se curaban mutuamente las heridas que dejaban cicatrices, y se sanaban el resto a besos. Besos, aún con gusto a sangre, pero de la más dulce.
A pesar de todas esas guerras que tenían, nunca habían dudado de su amor incondicional por el otro.
Sabían que estaban hechos para pasar la vida codo a codo, golpe a golpe, y que nada en el mundo, ni siquiera sus misiles nucleares, podía separarlos.







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